Te quise tanto que lo mantuve en secreto, sellado para siempre detrás del pequeño lunar de mi labio inferior.
Conseguiste convertirte en todo, de pronto. En una sola semana, me tenías a diez metros del suelo. Fue un poco duro, no me agradaba la situación.
Pero lo peor, sin duda alguna, fue la despedida. ''Prométeme que no dejarás que te pisoteen'', susurraste antes de aquel último abrazo. ''Lo prometo'' salió la frase atropelladamente por mis -en ese momento tristes- labios, pues estaba intentando no llorar. Aunque, si hubiera llorado, no me arrepentiría de ello. Tú llorabas, o estabas a punto de hacerlo. Cuando vi esa pequeña y brillante lágrima deslizarse por tu mejilla, me pregunté como se atrevía siquiera a salir de esos ojos que lucían el color marrón como si de diamante se tratara. Me besaste la mejilla, y te giraste lentamente sobre los talones.
Y ahí se quedó tu recuerdo. Tú andabas hacia el autobús, y yo estaba parada en la acera, incapaz de moverme. ¿Cómo era posible, que en tan poco tiempo, hubieras logrado desgarrarme un trozo del corazón con tu marcha?

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