¿Qué significará el tiempo sin relojes?

miércoles, 27 de octubre de 2010

Una historia de penumbra, de despedidas, de noches de insomnio...

Eras penumbra. Gris, discreto. Eras humo, papel.
Localicemos la locura. La sangre de tus venas. Decías que no servías para nada, te gustaba salir de noche, solo, a observar cómo la ciudad se bañaba con la luz de las farolas. Soledad era tu segundo nombre. Mirabas a la muerte a los ojos y te reías, érais iguales. Pequeño trozo de tortura, te llamaban.
''Te amo'', decías, con tu acento de dolor. No te respondía. Me limitaba a poner excusas y colgar el teléfono. ¿Cómo podías, siquiera, pensar en dedicarme esas palabras? Pensarlo es como si me dedicaras mil suspiros...
''Te quiero'', alcancé a decir una vez. Distinto grado, supuse. Cerré los ojos y me arrepentí de todo. Supongo que lo peor de caer siempre es el momento en el que tocas el suelo. El momento en el que el brillo de tus ojos me conduce a la más profunda irrealidad.
Y pensé que tal vez estaba bien que me dedicaras esas palabras. Pensé que sería capaz de olvidar todo lo que había pasado y quererte, así, sin más. De soportar la penumbra.
Entonces, creyendo que ya había caído, que ya había pasado lo peor, caí de veras, con dos palabras que no soy capaz de admitir que dije.
Y ahora, ¿no seremos más que recuerdos?

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