¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 13 de diciembre de 2010

... et Lemoine.

-Buenas tardes, señora Lemoine. ¿Está su hija en casa?
La madre de Alicia me miró como si hubiera visto a un fantasma. Había envejecido veinte años en cuatro y parecía más sola que nunca. Alicia me comunicó en una de sus cartas que sus padres estaban en proceso de divorcio.
-Alicia no vive aquí. -se me quedó mirando dubitativa, como si masticara dudas- ¿Eres Allan?
-Sí. Llegué a París hoy y quería... bueno... saludar a Alicia. ¿Podría decirme dónde vive ahora, porfavor?
-Espera un momento.
Entró a la casa y emparejó la puerta. Observé el jardín: Ya no habían columpios ni barbacoa, y prácticamente tampoco habían flores. No parecía ni siquiera un eco del jardín en el que pasé horas tumbado, mirando el cielo. El césped estaba seco en algunas zonas y una montaña de escombros saludaba desde una esquina. Pensé que el jardín había envejecido de la misma forma que la dueña de la casa, veinte años en cuatro.
-Toma. Espero que tengas suerte con ella, chico. Últimamente está más difícil que nunca.
Tomé el papel y le di las gracias. Me disponía a voltearme cuando puso su mano sobre mi hombro.
-Sé que te ha echado de menos.
-Gracias de nuevo, señora Lemoine. Ha sido un placer volver a verla.
Andé por las calles que tanto conocía, con ganas de convertirme en un Spiderman viajero y ascender por las paredes de los gastados edificios. Aún recordaba con una intensidad de cuento como jugaba con las llaves al recorrer estas calles, como hablaba por teléfono o como, simplemente, andaba. Pasé por la vieja heladería y me detuve a, prácticamente, saludar al anciano helado gigante que hacía de portero. Di un rodeo para no pasar por casa y, maleta en mano, llegué al Boulevard Sébastopol. Saqué el pequeño papel que la madre de Alicia me había dado y me adentré en uno de los edificios. El portal olía a amoníaco y a muerte. Subí hasta el segundo piso y me deleité leyendo la placa de la puerta: ''2º F. Alicia Lemoine.'' Toqué la puerta con los nudillos y no se oyó nada. Solté la maleta, que hizo más ruido del que esperaba. Esperé hasta que se oyó el ruido de varios cerrojos. Tres. La puerta se abrió y la mayor de mis sonrisas acudió a mi rostro. Pero se desvaneció de repente. No era ella quien abría la puerta. Era un hombre de unos veinticinco años. Tenía el pelo oscuro, los ojos verdes, sarcásticos, barba de tres días. En ese momento se me antojó el rostro del mismísimo diablo.
-Disculpe... -carraspeé- ¿la señorita Alicia?
-Ha salido. ¿Eres amigo suyo?
Sonreí sarcásticamente, respondiendo a su mirada.
-Sí. Me llamo Allan. Allan Bonnet. ¿Y tú eres...? -Estiré mi nombre deseoso de que me reconociera. De que Alicia le hubiera hablado de mí y se le borrara la sonrisa.
-Yo me llamo Louis. Soy el compañero de piso de Alicia.
-¿Y por qué no está tu nombre en la placa?
-Oh, hemos encargado otra. Acabo de mudarme.
-¿Sabes a dónde ha ido, Louis? -Dejé pasar el hecho de que ese hombre de ojos verdes viviera con ella, y, siendo totalmente optimista, imaginé que sólo era eso, su compañero de piso.
-No lo sé... nunca dice a dónde va cuando está así.
-¿Qué quieres decir con así?
-Pues... estaba triste, ya sabes. Mencionó algo sobre que echaba de menos a alguien que quería mucho y que presentía algo. Pero fue después de estar viendo fotos de... -puso cara de haber recordado algo, puso ojos de miope y adiviné que debía usar gafas- ¿Tú te llamas Allan, has dicho? ¿Allan Bonnet?
Hice un gesto afirmativo con la cabeza y Louis abrió mucho los ojos.
-¿Acabas de... volver de Dublín?
-Sí...
-Oh, mon dieu. Ve a buscarla... No te entretengo más. No sé dónde está, pero tú debes saber a dónde va en estos momentos. Al fin y al cabo -sonrió- la conoces mucho mejor que yo. Suerte.
Cerró la puerta antes de que tuviera tiempo de darme la vuelta. Comenzó a sonar algo de Love Of Lesbian, un grupo español que solía escuchar antes de marcharme.
Debería sentirme aturdido y comenzar a buscar a Alicia en todos los rincones, pero yo ya sabía donde estaba. Había ido al callejón... estaba seguro. Y tan seguro. Ella me dijo que iba a volver sólo en dos casos: Si yo volvía o si se enamoraba. Creería que no lo había cumplido por ir por otras razones, pero lo que ella no sabía es que había cumplido la primera condición. Y que tenía una cita con el destino.
Bajé corriendo las escaleras y no cesé el ritmo hasta salir del bulevar. El callejón quedaba bastante cerca y adiviné que era mejor estirar el momento. Estaba realmente nervioso. Sentía mariposas en el estómago; todo un enjambre de ellas. Entré al viejo edificio abandonado y salté el hueco -en el que iría un ventanal, supongo- que daba a la entrada del callejón. Me destuve antes de doblar la esquina y me di cuenta de que me había olvidado la maleta en algún sitio. Tanto daba. Oí un suspiro y... lo reconocí al instante. El callejón era una especie de mirador olvidado. Era un espacio entre dos edificios, que quedaba alto, y al final había una caída bastante grande. Desde ahí podías ver la ciudad, observarla, imaginar qué estaba pasando. Y, sentada al final, con los pies colgando, estaba ella. Se había cortado el pelo y ahora lo llevaba un poco por debajo de los hombros. Seguía tan perfectamente negro como siempre, tan perfectamente suyo. Llevaba un jersey gris y unos vaqueros oscuros, por lo que podía verse.
Andé lentamente todo el callejón para que no me oyera... Me sentí con casi diecinueve años y los versos al hombro... me sentí perdido como solía estar, en los ojos más azules que he visto nunca. Miré la pared y sonreí. Seguía allí. ''I will follow you forever''.
Me senté, despacito, a su lado. Miré a mi izquierda y vi a una Alicia sorprendida. Pestañeaba mucho y tenía los ojos muy abiertos. Tenía el flequillo como siempre. Los ojos, como siempre. Los labios... como siempre. El rostro, en fin, como siempre. Miré hacia delante y moví los pies.
-No ha cambiado nada... -susurré.
De pronto, Alicia me abrazó, como si acabara de reaccionar. Correspondí el abrazo y noté lágrimas en mi hombro.
-¿Qué pasa, Alicia? ¿No te alegra que haya vuelto? -Mi voz sonó como un suspiro, como una noche de tormenta.
-No seas idiota... yo... oh Dios, Allan, espero que seas tú de verdad, que no me esté volviendo loca... ¿Por qué no me llamaste? Podría... podría haberme puesto otra cosa, y... te habría preparado algo de comer y te habría invitado a casa...
-Entonces... ¿me has echado de menos, de verdad?
-Con cada célula de mi cuerpo, Allan... -me abrazó más fuerte. No pude evitar llorar yo también. Lloramos durante un rato, como idiotas. Como dos idiotas llorando de felicidad por estar juntos de nuevo, por encontrar su hogar de nuevo en los brazos del otro.

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