¿Qué significará el tiempo sin relojes?

miércoles, 21 de julio de 2010

Última noche.

Era una noche de verano, de estas que ponen el vello de punta.
Era la última noche de Allan en París antes de irse a Dublín.
Me había escapado de casa para despedirme de él. Y no me arrepiento de haberlo hecho, aunque me cayeron un par de meses de castigo.
Nos pasamos la noche charlando y con los ojos llenos de lágrimas.
No podía creerme lo que pasaría la mañana siguiente. Allan cogería un avión y se iría. Después, nos olvidaríamos el uno del otro, y...
-Sabes que no te voy a olvidar, ¿verdad?
¿Me había leído la mente?
Le abracé. Ya debía de ser muy tarde. Deseaba que nuestro callejón desplegara su magia y estirara la noche...
-¿Seguirás viniendo al callejón?
-El único motivo por el que volvería sin ti sería por necesitar aclarar mis ideas. Por enamorarme. Sí, sólo pienso volver al callejón por dos motivos: Que vuelvas, o que me enamore.
-Alicia, es hora de irme... el avión sale a las ocho. Son las cuatro y mis padres estarán trinando.
Todo se detuvo. Sabía que este momento iba a llegar, obviamente... pero no esperaba que fuera tan pronto. Comencé a llorar, mojándole el hombro.
-¡No llores! Porfavor. No quiero llevarme ese recuerdo... no quiero verte llorar.
-¿Cómo no voy a llorar? -Levanté la cabeza de su hombro, y al parecer le afectó esa imagen.
-Alicia, te prometo que nunca me olvidaré de ti. Estaremos en contacto. Escríbeme cuando te veas en una situación extrema. Llámame si lo necesitas. Y recuérdame cuando puedas.
-Te quiero...
-Y yo a ti, pequeña, ya lo sabes.
Pasaron varios segundos hasta que yo pude contestar. Seguía llorando. Y él tenía los ojos aguados.
-Te prometo que cuando vuelvas tomaremos granizada de café y vendremos al callejón. Te abrazaré cuando tenga frío y tú me darás tu abrigo. Jugarás con mi pelo y yo me reiré de la cara de embelesado que pones cuando canto bajito. Meteré notas debajo de tu puerta. Iré a tu casa sin avisar y te gritaré desde la calle para que me abras la puerta. Te quitaré los cascos del iPod para que se oiga alto la música que estés oyendo. Te cogeré de la mano sin que te des cuenta. Veremos Alicia En El País de Las Maravillas. Tomaremos helado en la heladería de la esquina, esa que tiene un cuadro que siempre miras. Me agarraré de ti cuando bajemos unas escaleras, para no caerme. Nos tumbaremos en el césped de mi jardín e imaginaremos las formas de las nubes. Me acariciarás la espalda para que me den escalofríos. Es lo que hacemos todos los días. Y nunca me ha parecido tan especial
-Si pudiera quedarme te regalaría mis días para hacer esas cosas...
-¿Todos?
-Y cada uno.
-Que te vaya bien en Dublín...
Dije esas palabras con una resignación increíble. Me hicieron aceptar que se iba.
-Ali... me irá bien si tú me lo deseas.
No sé cómo ni por qué, cerré los ojos, suspiré, y terminamos a dos dedos de distancia. Y sentía como respiraba. Le besé, o me besó, no lo sé exactamente.
Pero ese beso me hizo sentir demasiadas emociones a la vez. Sentí -predije- que mi vida estaría realmente vacía sin Allan. Sentí que si viviera siempre en sus brazos, nunca tendría miedo. Sentí que estábamos hechos el uno para el otro, y que lo habíamos descubierto apenas cuatro horas antes de su marcha. Sentí que mi vida me había empujado a ese lugar. A ese momento.
El beso fue lento y me aceleró el pulso.
Esta escena era exáctamente lo que nunca imaginé. Allan y yo así. Allan apunto de marcharse. Y si eliminamos lo de que se iba, era la escena más bonita que podía haber imaginado.
Y en ese momento me di cuenta de demasiadas cosas. Cosas que ahora mismo no puedo recordar, ya que volverían a salir a la luz.
No sé cuánto duró ese beso, pero incluso si hubiera durado cien años, hubiera sido poco para los dos.
Después, nos quedamos mirándonos a los ojos, sin más, un rato. En sus ojos podía ver miedo endulzado con una pizca de... ¿amor?
-Me tengo que ir ya... -Susurró.
-Llévate esto. -Me quité el collar que llevaba puesto. Era una chapa de botella. Siempre llevaba ese collar, era algo así como mi amuleto.
-Ten tú esto. -Allan siempre llevaba un anillo de plata con una inscripción: ''Sueños rojos y de color café.'' Él solía decir que eso hacía referencia al amor. Cierta vez me dijo que se lo regalaría a alguien realmente especial en su vida. A alguien que quisiera de una forma distinta. Y al recordar esto, me sentí bien.
Me dio el anillo, me miró con los ojos aguados, se dio la vuelta y comenzó a andar. No me pareció mal que no dijera nada más. Con esa mirada me lo dijo todo.
-¡Allan, te quiero! -Grité cuando ya estaba a cuatro o cinco metros de mí. Se giró y pude ver que lloraba.
Ese instante me dolió tanto que se me quedó grabado en la memoria. No dije nada, él tampoco. Siguió andando con las manos en los bolsillos.
Me quedé ahí sentada, sola. Con los labios rojos aún. Con el anillo con la inscripción más extraña que había visto.

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