¿Qué significará el tiempo sin relojes?

sábado, 6 de abril de 2013

círculos concéntricos y poco más


"Olvídalo. La vida no son círculos concéntricos."
No puedo evitar reírme cuando sus palabras resuenan en mi cabeza. Me río como una loca, sola en el sofá con una revista abierta sobre las piernas y la mente cerrada sobre los hombros. Le recuerdo. Su imagen aparece poquito a poco, haciéndose esperar y yo no me impaciento. Primero son sus ojos, negros como el cielo que me espera en el balcón; luego aparece su rostro al completo y vuelvo a reírme. Soy así de simple. Ya sé cuántas pestañas tiene y no tengo por qué seguir contándolas. No me importa recordarle a medias mientras le cuento a mi amigo envuelto en cristal lo que pasó. 
-Fue todo una mierda -le susurro, rascando su etiqueta con la uña del dedo índice. 
Miro el reloj. Son las doce en punto. Ni un minuto más ni uno menos. Le hago una peineta, harta de preguntarle por qué conspira con el mundo para romperme los días y atraer mi mirada justo cuando son las en punto y puede darme por pensar que he perdido otra hora sin hacer nada. Observo la botella. No sé cuándo la compré, pero estoy segura de que lo hice en esa tienda tan fea que está a dos calles. Pensar que viene de ahí me pone el vello de punta, y no precisamente de la emoción. Me imagino al dependiente colocándola en la estantería, preguntándose si la compraría un ejecutivo importante o una mujer con tacones. Premio: una idiota en chanclas; una idiota sin corazón. Supongo que malgastar una bonita noche de primavera sentada en el sofá, botella en mano -o en boca, según el momento-, recordando estupideces es no tener corazón. Por lo menos sé que hacer daño a las personas que quieres es no tenerlo. ¿Y a quién voy a querer más que a mí misma? 
Vuelvo a reírme porque la ocasión lo merece y su imagen no me deja. La tengo tatuada en el cerebro. He intentado arrancarla miles de veces y sólo he conseguido abrirme heridas y rasgar mis cicatrices. Bebo otro sorbo y ya la garganta no me pica; tal vez la tenga quemada de guardarme las palabras. Trago y a la vez intento doblarme, volverme el mínimo y perderme entre la oscuridad de mi propio cabello. Y no lo consigo. Últimamente soy un conjunto de despropósitos pegados con superglue 
-Fue una mierda, y mi hermana siempre me decía que toda la mierda es pasajera. Entonces, ¿por qué yo no avanzo? 
Miro la botella. Me doy cuenta de que estoy esperando su respuesta. Me doy cuenta de que ya la tengo yo, dentro de mí. Y me da igual. Me da igual porque sé que responderme no va a servir de nada; si ya tengo la respuesta y me aporta más bien poco, ¿para qué sacarla a la luz? ¿Para qué darme más motivos para hacerme un ovillo en el sillón y morderme los labios entre tanto autoengaño? Me he convertido en esto. En sábados por la noche en pijama, en botellas que se vacían a la velocidad del tren, en pañuelos manchados de rimmel. Me he convertido en otra persona, en aquélla que siempre odié. Y a fuerza de haberme convertido en ella me doy cuenta que nunca tuve que odiarla; a fuerza de ser alguien que no soy me doy cuenta que ser yo era difícil. Y puede que me dé pereza volver a vivir de la misma forma. Puede que me deje ganar. Al fin y al cabo, mi vida la manejo yo. Me miro las muñecas en busca de algo parecido a un hilo. Y no encuentro nada. Lo que yo decía: no tengo mi un pelo de marioneta.  
La vida no son círculos concéntricos... ¿Cuántas veces habré intentado entender cuál fue el desvarío que le llevó a escupir esas palabras? Ni siquiera fui yo quien se las arrancó. Simplemente las soltó como si llevase muchísimo tiempo guardándoselas debajo de la lengua, y yo le miré con los ojos entrecerrados, esperando disculpas o explicaciones. Pero no las hubo. No hubo nada, sólo su sonrisa de niño malo y la mía de medio lado que se esforzaba en disimular lo que realmente me hizo gracia. ¿La vida no son círculos concéntricos? ¿Nada influye en lo que ocurre? ¿Los episodios vividos van aparte, puedes dejarlos de lado o guardarlos en cualquier cajón para seguir viviendo? En fin. 
No se puede bucear en unos ojos que el recuerdo te regala. No se puede leer una mente que está dentro de la tuya. Así que asumo que se me acabó el tiempo de hacerlo. Se escurrió por mi piel y cayó al suelo como gotas de sangre. Y el tiempo que ya no está me hace pensar en las gafas de buceo emocional que nunca llegué a ponerme. Nunca llegué a satisfacer mi curiosidad y meterme dentro de la mente más profunda de nuestros dos centímetros habituales de distancia. Y no lo hice porque creía que nunca me faltaría tiempo para hacerlo; no lo hice porque pensaba que era preferible descifrar el acertijo poco a poco. Me quedé así, cosiéndome a él, arañando nuestros lazos y pegándome al vacío. Se movió algo dentro de mí. Estoy segura. 
Clavo la mirada en la botella. Llena se veía más bonita. No tenía dibujados estigmas de culpa. La lanzo contra la pared con tanta fuerza que me asusto, y una lluvia de cristales acuna las nebulosas de mis ojos. Oigo como caen al suelo pero no lo escucho; solamente escucho mis propios pensamientos, que en estéreo se repiten con el ímpetu de una tormenta de las que suspenden conciertos. Ojalá pudiera quitarme estos auriculares internos y dejar de oírme un rato, ya que parece que no soy capaz de callarme.    
Me pongo de pie y, joder, me clavo un cristal. No me duele tanto porque ya soy inmune a cualquier tipo de dolor; soy como una armadura viviente que, sin nadie dentro, camina por sí sola; soy algo que está roto y ya no puede volver a romperse, a consumirse, porque no puede ir a peor. O tal vez sólo esté un poquito borracha. Quién sabe. Y es que la vida son círculos concéntricos y yo estoy encerrada en uno. 


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