¿Qué significará el tiempo sin relojes?

miércoles, 24 de abril de 2013

más allá de mí



Me dan igual las excusas. Me parecen una pérdida de tiempo, una bonita forma de engañar y engañarnos, de poner máscaras que a veces arden por sí solas. Y no me importa no ponerlas porque a veces soy incapaz de pensarlas; a veces soy sincera por pura desgana, por inutilidad. 
Cometo errores. Muchos. Los cometo a montones y la mayoría de las veces no soy consciente de que estoy actuando mal hasta que la situación me explota en la cara (porque los errores son burbujas y las burbujas siempre, pero siempre explotan). Y a veces me gusta pensar que puedo lanzar los errores a la estratosfera y dejarlos para siempre allí, mirándome desde arriba, en un eterno ángulo cenital tras el cual no puedan hacerme daño ni hundirse en mí como dagas envenenadas. No tengo ni idea de cómo hacerlo. No sé alejarme de nadie ni de nada porque, qué quieres que te diga, a veces la distancia que puedo poner entre mi persona y lo ajeno a ella puede significar un distanciamiento con esta loca que tengo dentro y a la que tengo que soportar cada día. Cada día, cada semana, cada mes, cada año; no caduco pero sí tengo marcado el consumo preferente. Y lo peor de todo es que no me canso del zigzag de mis pensamientos tontos dentro de esta cabecita mía que está hueca y no se llena.
No soy capaz de pensar con normalidad si no es a rastras. Tengo que agarrarme por las muñecas y lanzarme con fuerza hacia el camino que creo bueno y lógico. Tengo que volverme dos personas en una, comprimidas, existiendo de la mano pero arañándose las piernas, y lo hago casi sin querer. Y es que no puedo concebir una vida llevada únicamente por la parte que hoy teclea; la parte que no sabe pensar si no es por escrito, que no se entiende si no se lee. Lo sé. Tal vez esto sea un problema. Tal vez esto pueda llevarme a la tonta paradoja de que cualquiera que me lea (y que soporte leerme) llegue a conocerme tanto como yo lo hago. Porque al fin y al cabo no soy más que un personaje ajeno a mí, alguien que me ve desde fuera, que mira con un telescopio pequeñito a través de mi ventana. Me espío a mí misma y así intento saber quién, qué, cómo y por qué soy. Y a veces lo consigo.



 Tres ideas tontas. Estúpidas. Hoy mi cabeza me abandonó, ignorando mis gritos, mis peticiones, y agarró un jetpack para salir propulsada hacia las nubes y quedarse ahí a dormir. Por eso no sé pensar. 
No sé pensar, pero de nuevo me importa una mierda.


(Y me despido hoy así,
con una de estas palabras feas que no sé por qué digo tanto.
Me despido de ti, que me lees, que me soportas, que me conoces,
y lo hago casi sin querer.
Y hoy te hablo directamente a ti
que te pasas por aquí
a ver qué te cuenta esta desequilibrada que se contradice por lo menos una vez cada dos segundos
y cambia de opinión igual que de color de uñas.
Lo sé.
A veces puedo ser irritante.
Puedo deprimir.
Puedo cansar.
Porque no sé pensar.
Y cuando no pienso, soy como un tren descarrilado.
Así que gracias por soportarme, por estar, por conocerme, por no marcharte aunque te ametralle con mis historias tontas
 y mis palabras feas fuera de contexto.
Buenas noches.)
Reina del Drama.




PD: Se busca cabeza perdida. Recompensa a negociar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De nada -3-