¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 6 de mayo de 2012

¿Expectativas?


—Realmente crees que todo está bien —dice, atónito, mirándome sin pestañear y tal vez revolviéndose por dentro.
—No lo sé —suspiro—, no lo sé.
Se ríe a carcajadas. Deja el sonido repitiéndose en mi cabeza unos segundos. Segundos en los que pienso que su risa sonará para siempre en mi mente y no me dejará dormir nunca más, como el tictac de un reloj, que no debería alterar a nadie ni sentirse pero lo hace.
—¿Qué pasa contigo? —pregunto y me incorporo.
—No, esa es una pregunta que debería salir de mi boca y no de la tuya. ¿Qué pasa contigo? —parece un niño pequeño que quiere tener la última palabra. En realidad, siempre quiere tenerla, aunque no sea considerado un niño— ¿Por qué estás aquí?
Me sorprendo ante su pregunta. Parece que se está volviendo loco, chiflado, lunático.
—Tú me has llamado.
—Quiero decir —se pone un dedo en la frente— aquí. En mi cabeza. Siempre. Es desesperante. De verdad que quiero librarme de ti, sacarte de mi vida. Pero cuando lo consigo, o al menos lo creo, apareces de nuevo en mi cabeza.
—¿Y qué quieres que te diga?
Suspira como si se fuera a vaciar por dentro. No digo que no me habría gustado fuera como un globo y saliera volando rápidamente hasta vaciarse. Desaparecería casi por completo.
—Nada. No tienes nada que decirme.
No tengo nada que decirle, pero sí mil cosas que demostrarle. Y como sigo siendo tan tonta e inoportuna decido comenzar por lo último de la lista simplemente para ver cómo sus ojos se cierran y aprieta los puños con fuerza para no pegarle a cualquier objeto duro que le haga daño en los nudillos:
—Nunca he tenido nada que decirte. Sólo me estaba...
—...entreteniendo —continúa mi frase y, efectivamente, cierra los ojos, aunque tiene las manos ocultas bajo los muslos y no puedo vérselas. Pero no me siento victoriosa. Me siento mal. Me siento sucia. Me siento como tantas veces pensé que él debía sentirse— ¿Y ya está? ¿Eso soy para ti? ¿Un juguete?
—Sí, supongo —trato de arreglarlo con ese "supongo", pero su expresión no cambia.
—Que te den.
Se pone en pie y anda hacia la puerta. Su reloj de muñeca sigue ahí, encima de la manta. Y siento que también sigue aquí la esencia que abandonó al tratar de vaciarse con un suspiro.
Cuando sale por la puerta, me doy cuenta de que tiene las manos relajadas.













No hay comentarios: