¿Qué significará el tiempo sin relojes?

viernes, 11 de julio de 2014

diálogos conmigo


-Y quizás mi problema sea, no sé, que tengo demasiado claro quien soy. Que sé con demasiada certeza qué es lo que me forma, cuáles son mis valores, cuáles son los raíles de mi locomotora. Y la certeza se vuelve roma con el tiempo, porque a veces tengo delante de mí una oportunidad, un buen plan, ¿sabes?, y lo mando a la mierda. Porque yo sé quien soy. Y no me da la gana de que venga alguien a decirme cuáles son mis vértebras. Tengo toda la vida por delante, ya lo sé, no me mires con esa cara. Que no me mires así, coño. Tengo toda la vida por delante, y algún día aprenderé a no ser tan soberbia, y seré capaz de aprender que lo que me corre por las venas sólo es sangre, que lo que me permite hablar sólo es saliva, no algo íntegramente mío... Pero es que yo creo en la igualdad. Y dentro de esa igualdad sólo cabe un mundo en el que todos, absolutamente todos seamos diferentes. Un mundo en el que cada uno sepa quien es, en el que cada uno pueda argumentar las cosas o las mierdas que le forman con concisión. Yo soy igual que tú, y sin embargo, tú y yo somos distintos, porque no vivimos dentro del mismo cuerpo, ni bajo la cúpula del mismo cerebro, ni hemos vivido igual. Que todos seamos iguales requiere que entendamos que tenemos valores diferentes, formas distintas de ver la vida, de tocar el mundo, de saborear el dulce, ácido o amargo de la existencia. Pero yo, no sé, creo que lo tengo demasiado claro, que me he formado una imagen de mí demasiado pronto. Y este mundo, que está vacío y podrido, nunca va a entender eso. Porque nunca entiende nada. Porque no somos iguales, porque la igualdad no es nada, sólo un vicio que tenemos algunos. Y la diferencia, entonces, tampoco existe. ¿Me das un poco de café?... Gracias. Mira. Tú tomas el café fuerte, y yo siempre pido un cortado flojito. Y el problema está en que yo sé que me gustan los cortados flojos y ya está, a la mierda los cortados duros, fuertes, concisos, de café y una manchita de leche. A tomar por el culo. ¿Tú cedes? ¿Tú puedes tomar el café flojo aunque te guste arrugar la nariz en el primer sorbo? Igual sí, yo qué sé, te he visto tomar cafés de todo tipo sin quejarte, sin decirle al camarero que es un gilipollas, o sin dejar que se te vea en la cara que estás lanzando tacos cerebrales... Pero yo tengo demasiado claro quien soy. Demasiado. Y si pruebo cosas nuevas es sólo porque sé que me gusta probarlas. Y en realidad soy muy joven, ¿no? Demasiado, también. En fin, tampoco tengo ni puta idea de por qué tengo que contarte esto ahora, pero con todo eso de que hoy haga fresco, de que la luna esté grande, yo qué sé. Supongo que, a la vez, te estoy explicando que tengo muy claro quien eres tú, quienes son todos. Y por eso me jode tanto, tantísimo que la gente a la que quiero se traicione. Me jode que hagan cosas que ellos mismos, lo que son y su arquitectura no merezcan. Me revienta. Tengo demasiada fe, ésa es la cosa, demasiada fe en los demás, demasiada fe en mí, que a veces me resulto tan inaccesible como todos los que no comparten tripas conmigo, pero me falta fe en el mundo. En este globo inservible con los polos achatados. Y me da por pensar a veces, no sé, así, a bocajarro, que no nos merecemos esta mierda de sitio. Que nosotros sí somos dignos, pero que no vamos a poder hacer nada, que vamos a seguir estancados, ahogándonos en nuestros propios fluidos, porque esto no va a marchar nunca. Porque hay demasiada división, demasiada intransigencia. Porque el mundo también tiene demasiado claro quien es. Y lo hemos ido formando a lo largo de una Historia que no ha sido sino una sucesión de peleas. Y, como se suele decir de coña, hemos creado un monstruo. Un ser que es diferente a nosotros, que difiere de nuestro concepto de vida, y que nos pega, y nos pega, y nos pega, y nos domina, y está siempre por encima de nosotros, de nuestros valores, de eso que somos, de eso de lo que estamos tan seguros. Un ser al que nadie puede arrebatarle nada, porque el orden ya está creado y hay demasiado cemento, demasiado hierro, demasiada burocracia. Y los que están con el sistema son aquéllos que tienen el poder, mira tú qué risa. Son ésos que nos miran en ángulo cenital, como siempre, y, como decía aquel texto, se frotan las manos. Ay, no sé... Nosotros podemos ser lo que nos dé la gana. Ahora y siempre. Podemos llevar dentro lo que queramos, del mismo modo en que podemos mover los dedos, hacer como si bailaran. Y dentro de nosotros podemos cargar estrellas, y chispas, y fuego líquido. Pero ¿y el sistema? ¿Qué pasa con él? ¿Por qué no se mueve, por qué no avanza, por qué no levanta las piernas y se echa a correr de una puta vez? ¿No somos nosotros, el sistema? ¿No se compone de un montón de personas, de un montón de cuerpos con fe, convicciones, con el problema de tener demasiado claro lo que son? No. No, no y no. La estructura es un bicho. Un bicho de mierda. Y nosotros le echamos de comer, y le damos el café como le gusta, siempre como le apetece. Le gusta fuerte, ¿sabes? Duro. El mundo es un poco sádico. Lo hemos hecho así. Porque a él lo hemos hecho nosotros, y romperlo nos haría tambalearnos, nos haría sudar, y escurrirnos como gotas, gotitas... Y sin embargo, ¿no crees que merece la pena? ¿No crees que vale la pena desajustarnos un rato, marearnos y girar como trompos, sólo un poco, para poder ser libres, para poder ser siempre iguales, iguales y distintos, y dejar de echarle de comer al bicho, o de tolerar que otros lo hagan? Yo creo que sí... Pero no sé, joder, no sé cómo hacerlo. Tengo demasiado claro lo que soy, y lo que somos, y ése es mi problema. Y ahora, sólo porque sé que quiero torturarme, me voy a pedir un café como ése. Pero sin leche condensada. Nunca cederé a la leche condensada.

No hay comentarios: