¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 6 de julio de 2014

de preguntas



 A veces me hago preguntas, y antes de terminarlas, antes de cerrar la interrogación, ya sé lo que me voy a responder. Pero a mí, desde siempre, se me dan mejor las preguntas que las respuestas. Y en realidad qué importa, si una respuesta jamás va a influir en la cadencia del ritmo, en la bajada de las cuerdas vocales cuando la lengua pregunta. Qué más da, si a mí me gusta sentir cómo me derrapan los fonemas por la boca mientras me cuestiono todo, mientras ignoro que ya tengo las respuestas dentro de mi coco, y que si están ahí y no hacen nada, hacerlas salir no va a significar una mierda. Y qué, si a mí me gustan las palabras, y mi vida tiene más que ver con las preguntas que con las respuestas. Qué me importa, si en algún momento alguien puede escucharme y aspirar la cadencia de la interrogación con el caracol del oído, y puede que me dé una contestación distinta a la que yo, desde las esquinas de mi cráneo, diseño. Y ésa es, de alguna manera, la gracia. Que puede llegar alguien, cualquiera, y aportarme algo más, algo que se salga de lo que yo sé. Porque en mi cabeza cabe poco, y puedo procesar muy poquito. Y tal vez, no sé, tal vez pueda agarrar con imperdibles lo que los demás me dan. Y quizás por eso, sólo por eso mi vida tenga más que ver con las preguntas. Mi vida y también yo. Porque soy humana. Y quizás mis ojos, más allá de la miopía y el astigmatismo, tengan una arquitectura perfecta. Tal vez mi nariz aspire como es debido, y mi lengua sea perfecta, y yo sea un ser humano como los demás, y mi cuerpo funcione así, como la máquina mejor construida por la naturaleza. Pero yo, mi alma, lo que soy, lo que somos todos, está torcido. Y ahí, justo ahí, está lo bueno.
Y no sé, ¿seguirás leyéndome?...

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