¿Qué significará el tiempo sin relojes?

jueves, 18 de septiembre de 2014

espacio


 
Estábamos sentadas en el borde del muro de la autopista, justo frente a la puerta de mi casa. Jimena se mordía las uñas, y lo hacía de tal manera que la pintura no llegaba a desconcharse, a ponerse fea y a caerse como las escamas de un pescado. No era así, sino que sus dientes hacían un corte tajante en el filo de los dedos, y el pequeño trocito duro se desprendía de los demás, y la manicura quedaba intacta, sólo que las uñas eran más cortas, menos afiladas. Es un truco que aprendes con el tiempo, supongo, y con la edad, porque yo aún no soy capaz de morderme las uñas sin que un pequeño trozo de esmalte, siempre negro o rojo o azul, conquiste la periferia de mi encía y se ancle a mi mordida. Cuando estoy nerviosa no me pinto las uñas, así es mi vida, porque sé que se me van a colar los dientes en la estética, que voy a profanar la feminidad y el recuerdo del pincel manchándome los dedos y la colcha de la cama. Yo lo sé, y Jimena también, ella sabe que va a hacerlo, y lo hace, pero no pasa nada, pero nada pasa... Se mordía las uñas y yo pensaba en eso, y miraba mis dedos naturales, blancos, y sentía en mi estómago ese acceso de culpa, ese acceso de quemazón, como si el chispón de la cocina hubiera echado a andar por la noche y hubiese abierto con el mango la cerradura de mi cuarto, y se hubiera colado entre mis sábanas y se me hubiera metido en toda la garganta. No sentía el fuego ni el ardor ni las quemaduras, sólo el presentimiento de que en algún momento mis dedos cerebrales iban a volverse unos putos suicidas, e iban a dar, a apretar, a machacar el botón para que una lengua de fuego confinara mi estómago y mi propia lengua. Me sentía casi quemada, casi jodida, y sentir ese casi, ese quizás, esa tensión era peor, peor que perderlo todo en el incendio. Y entonces, justo entonces ella habló, y yo di un respingo.
–Qué mierda.
No dije nada, y me miré la punta de las botas, y un coche rojo pasó a toda velocidad debajo de las plantas de mis pies. Yo los puse encima, y mi ojo en un despiste pensó que me movía, que andaba en monopatín, que podía salir corriendo o deslizándome por el asfalto y huir, irme, dejar el muro, dejar mi casa, dejar mi vida, dejar mi fuego. Qué mierda, repetí para mí. Qué mierda más grande. Puedes moverte, pero jamás te irás. Puedes irte, pero no dejarán que te muevas. No hay espacio en el ser, y no hay ser en otro espacio...

No hay comentarios: