Está sentada en el sofá largo. Prende cigarros con una vela. Los pitillos se encienden, pero se queman. La punta se ennegrece. Los fuma a sorbos, como si bebiera. Intenta no tragarse el humo, pero no puede evitar hacerlo. Y le sale por la nariz. Le brota de dentro. En qué chimenea me he convertido, piensa. Y se arrepiente. Pero sigue quemando la punta de uno, dos, tres cigarros con la llama de esa vela con olor a talco; sigue chamuscando y preguntándose si alguna vez, en algún momento, un cigarrillo podría arder demasiado. Entonces saca uno de la caja y lo hila a la llama. Lo deja ahí. No pasa nada. Ella, sin embargo, sigue sentada en el sofá largo, fumando cigarrillos con el papel ennegrecido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario