Hay suelo bajo el suelo. Garajes. Zulos. Cloacas. Todo un sistema, un ramaje oculto que perfora la calle. Yo piso, y puedo hacerlo con fuerza, puedo dar un golpe a la acera con la suela de las botas para demostrar que no caigo más, que estoy en el tope. Y si lo hago con mucha fuerza me duelen los pies. Se quejan dentro de los zapatos. Eso podría ser prueba suficiente: estoy dándole un golpe a una mole de cemento y piedra y lava muy vieja, a la dureza hecha materia, a la isla, al globo, a la Tierra. Lo próximo, las antípodas. Y sin embargo, hay suelo bajo el suelo. Y lo que piso sólo es la piel, una pequeña capa, y debajo de ella hay vacío, aire, espacio. Piso el suelo y sólo eso me sostiene; el suelo está casi suspendido, apenas sujeto por un pequeño pilar, por el lado de una vena del ramaje. Y qué más. Corre agua debajo de mis pies, a veces. Yo no la siento. Ando sobre ella.
Las mejores historias son las que hablan de lo que no cuentan, ésas que tienen otras letras impresas en los márgenes y entre los huecos de los renglones. Las mejores historias son las que dejan rendijas, grietas pequeñas por las que descubrir qué es lo que se mueve dentro de todo.
¿Qué significará el tiempo sin relojes?
martes, 18 de noviembre de 2014
suelo
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