¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 7 de febrero de 2016

muro


como no tenía casa, tuve que inventarme un muro. lo pensé grande, vigoroso, alto como las estrellas y los centros comerciales. lo mejor era que podía llevármelo conmigo. mi muro y yo íbamos juntos por la calle y nos refugiábamos en cualquier árbol, en cualquier banco de cualquier plaza (no necesariamente plazas con nombres de escritores). dormíamos juntos. vivíamos juntos. el muro era mi casa pero también mi amigo, mi compañero, mi otra mitad de la vida a mitades y mi confidente más leal: sabía que me daba miedo la calle, que me asustaban las manos de los hombres, que sentía un terror visceral a que me invadieran los huecos (bonita metáfora para decir que) alguna noche. me protegía. creo que me quería o que al menos no quería que me hicieran daño. que no quería que temblara en medio de las plazas y los barcos y las lunas. era el muro más dulce de todas las paredes de ladrillo. era el muro más bonito. lo llené de pintura y dibujos y besos para que los demás le tuvieran envidia. para que no lo tocaran, carajo, sin permiso.

no tenía casa.

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