¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 16 de agosto de 2016

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Ten la edad de los perros. No ames. Protégete de ti y de los otros y sé siempre la niña virgen que esperaba un beso. Quince años, tenías las manos agarrotadas a los quince años, paseabas por la calle y había en ti un eco lejano, algo que iba más allá de tus ojos brillantes y del recuerdo de lo que habías hecho durante la tarde: comer pipas, reírte, beber alcohol barato y mirar a alguien de reojo. Ten la edad de los perros. No eras nada. No te obligaban a ser nada. Sí eras, la clave es que sí eras. Eras pero no te hacían sufrir ni pedían de ti un cielo cargado de nubes. Eras pero ibas a ser y eso era suficiente, siempre era sucifiente mientras acercabas a tus labios el primer cigarillo (siempre era el primer cigarillo) y sorbías y tosías y maldecías a quien te lo había dado. No ames, pero date cuenta dentro de años de que sí amabas, de que sí había algo en el fondo que era parecido al amor o al deseo o a cualquier cosa. Distráete, fíjate en cómo amanece (es tan bonito ver amanecer desde la playa cuando tus padres no saben que has dormido ahí, si tienes la edad de los perros), ten frío y ten calor y muérdete. No pienses el amor, vívelo. Sí, la edad de la nostalgia. ¿Qué me pasa? ¿Qué me pasa hoy?

Voy a esconderme. Voy a pensar en mí y a ser lo que soy. Siempre tuve la lágrima escondida en el ojo, pero no así. De otras formas, pero no así. Soy la misma, en realidad siempre he sido la misma, y eso me duele y me enorgullece a la vez. Quiero escaparme de esto. No de mí, sino de esto.

Siento, Aidita pequeña, que cada error pesa sobre mí como una bolsa de cemento.

Sientes, Aidita pequeña, que no te va a pasar nada nunca.

Y a mí tampoco me pasa demasiado.

¿Cuánto dueles, cuántas veces dueles? Creo que lo justo sería que yo

(No hay final. Claro que no hay final)
 

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