¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 27 de noviembre de 2016

domingo, 27 de noviembre de 2016

No van a escucharte. Aunque grites, aunque sudes. Nadie oye las secreciones de tu cuerpo. Ni el calor ni la saliva ni la humedad entre las piernas. Déjate. Hay una mancha enorme en el techo, pero déjate. Serás más cómoda si empiezas a hacer como si nada y si empiezas a levantarte por las mañanas y a convertir el dolor en un juego. Si me muevo, si me tuerzo. Si hago así hay una marea de cuchillos en mi barriga. Si hago así pienso en las manos y me duele dentro.

Felicidades: ya no eres una adolescente.

Felicidades: ya no tienes que llevar camisas sueltas para ocultar que tienes tetas. Y que no quieres que te toquen las tetas. Que no quieres dedos sucios por encima de los pezones. Que quieres echarte a llorar y mojarte los rizos con las lágrimas y decir la vida no tiene sentido. Porque felicidades: la vida no tiene sentido. Y no van a escucharte. El ruido de los muelles del colchón. Cuando te giras, trozo de nada. ¿Cómo puede la nada, eh, tener trozos? Trocitos, pedazos, puntas. Como una pared rasposa. Siempre has imaginado la nada como una pared rasposa y siempre has pasado los brazos por la nada hasta hacerte daño. Quieres sangrar, lo sé. Solo para saber. Solo para convertir el dolor en un juego. ¿Vas a dejar de escribir cosas tristes?

¿Vas a dejar de hacer cosas tristes?

Pero déjate. Pero coge los hilos con los dedos y retuércelos. Pero muérdelos. Pero métetelos en la boca. En la boca, en la profunda boca. Tu boca llega hasta la tierra. Tu boca traspasa la tierra y excava y descubre las capas terrestres y es reconocida mundialmente por su servicio a la ciencia y se suicida porque esa vida no le gusta. Tu boca no lo planeaba. En la desgraciada boca. Para que te tragues los hilos. Para que hagas la digestión y los hilos se mueran. Para dejarte. Para dejarme. ¿Qué pinto yo en todo esto?

Es posible que se te caiga el pelo. Posible que sueltes algo por la piel. Nadie escuchará tus secreciones. Nadie las oirá cuando se despeguen de tus brazos y corran por el suelo y hagan una catarata en la ventana de tu cuarto. Por esa ventana no se ve nada. Por esa ventana solo se ve una plaza vacía. La atrocidad, mujer, la atrocidad y el cuerpo cansado.

No me mires. No quiero que me mires nunca más.

Ya no tienes edad para mirarme. Has elegido hacerte mayor (y no matarte al cumplir los quince, y no abandonar la isla y reducirte a un hueso partido por la mitad. Y no perder la identidad. Las gafas. El pelo. El ánimo). Has elegido el tiempo y la lucha contra el miedo y las costuras de la casa. Pudiste haberte quedado ahí. No avanzar más. Dejar que te atravesara como un murmullo, como un grito, como el goteo de tus secreciones y todo eso que no oirán jamás. Pudiste haberte quedado donde no te oían. Donde no te oían.

Y ahora si toses traspasas la pared. Y ahora si hablas no puedes guardar secretos. Y ahora si te ríes todos participan. 

¿Cómo te levantas por las mañanas? ¿Cómo te tragas el café? ¿Cómo representas los papeles que te dieron cuando naciste y que te quitaron cuando naciste y que te dolieron cuando naciste? Aquí no van a escucharte. Allí te espiarán. Sabrán cuándo te mueves y de qué manera lo haces. Sabrán si tu cara es de disgusto o de alegría (pocas veces, lo vaticino). Si finges, si eres real. Es posible que no seas real. Es posible que solo hayas traspasado la realidad cuando mirabas el techo desde la cama y doblabas los dedos de los pies hasta el calambre. Es posible que solo te hayas conocido cuando querías rajarte las piernas.

Muy posible, filo de nada, que tu genialidad esté en tu tristeza.

Pero tú miras con tristeza, y comes con tristeza, y ríes con tristeza. Eres feliz con tristeza. Haces el amor con tristeza. Sientes chispas con tristeza.

Mentira, mentira, mentira.

Querría eliminarla y dispararle en la cara. Desfigurarla. Convertirla en otra idea. Que me acompañara de otra forma o con otro color en la punta de los ojos. Con otra forma de verme. De estirarme. Yo (porque ahora hablo yo, réplica) no estoy triste. Hoy no estoy triste. Hace un par de días me metí en la cama y sentí que me vibraban las piernas. Hace un par de días me dolía el estómago de reírme y vi cómo la habitación se difuminaba con mis estertores. Hace tiempo que sé, réplica, que no me iré de aquí silbando. Que no todo es tan denso y que puedo hacer que no me escuchen.

Que no escuchen mis secreciones.

Porque ya no soy una adolescente.

Y este olor a libro viejo y estas ganas de moverme. Y el recuerdo de la cama. La cama que me cogía como una dentadura. Muerde, muerde, muerde. La narcotización del sueño. Del sueño y de la huida y del escape, porque esa era la única realidad posible. Para mí. Empecé a tener pesadillas y me convertí en un mirlo. Y en la noche.

Soy el cuerpo de la noche. Estoy estrellada hasta los labios. No sé razonar.

Llaman a mi puerta, réplica. De formas que no imaginas. De formas que no cuentas cuando dices que van a oírme y que decidí hacerme mayor. Llaman a mi puerta y dicen tiempo. En las bocas de mis amigos hay siempre sabor a óxido. Y una mota fría, ¿entiendes? Y con esa mota fría rezan por mí y rezan por ellos y les hablan a los árboles. ¿Qué dirán de mí los árboles? ¿Lo mismo que tú? ¿Les habré traicionado cuando salí de la grieta (de la grieta que se forma entre las costillas y los pechos) y me cambié de cara? Traiciono todo lo que toco. Todo lo que toco lo traiciono. Debería haberle dado forma al mundo con las manos, pero me quedé parada en un banco y me fumé tres cigarrillos y se me cayó el fuego a las piernas. Cicatrices: tú.

No me mires. No quiero que me mires nunca más.

Ya no tengo edad para que me mires. Quise cosas de ti, pero ahora. Ahora. No puedo convertir el dolor en un juego. No tolero el dolor. He perdido la capacidad de provocarme dolor. De aguantar mi propio dolor. ¿Cómo te llamas? ¿Vas a decirme alguna vez cómo te llamas?

Adiós. Adiós. Todos pueden oírme. Es mejor que no sepan que hablamos. Es mejor que no lo entiendan. Si lo hacen, réplica, podrían destrozarme. Y me convertiré en palitos de madera antes de que me destrocen. Para que puedan romperme mejor. Para que puedan terminar con lo que intento que no suceda. No tendré que salvarme más si nos escuchan. Y podré tocar la podredumbre de la pared y bajar hasta el sótano y dormir, dormir. Esconderme y esperar. No conozco a nadie que lo haya hecho, pero creo que es porque todos han desaparecido.

Vamos a desaparecer y nadie va a querer agujerear los muros para vernos.

No habrá visitas. No habrá música. Nadie que pague una hora de televisión para verla con nosotras. Si se acaban los libros no traerán otros nuevos. Si se acaba la vida no traerán otra nueva. Nos condenaremos a esta boca inmensa y a este placer discontinuo. ¿Dónde sientes el placer? Yo en ningún lugar. Es solo una idea, ¿entiendes?

Te pondré una tirita. Entonces te irás. No quiero que me mires. No quiero escucharte. No sabrás vivir sin mí, pero

nunca te pedí que nacieras. Ni tú a mí. Ni tú a mí, filo de nada. 
         

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