¿Qué significará el tiempo sin relojes?

viernes, 1 de noviembre de 2013

de beber

Hace crujir los dedos. Pestañea. Respira. Su corazón late. Sístole, diástole. La sangre hace slalom. Un tic inconsciente le recorre la pierna izquierda, que oscila en el aire como un metrónomo que marca los vaivenes, susurros y gruñidos que el reloj no se atreve a mostrar. Sus ojos se cierran y le miro las pestañas, y no consigo ver la sombra de aquellas lágrimas que horas antes, según me cuenta, estuvieron ancladas a esos pelillos de pincel. Mueve las manos, corta el aire con los dedos, desvía mi mirada y la lanza hacia el reloj. Pero no, yo me niego, me niego y me concentro de nuevo en el proceso de normalidad de su cuerpo.
El café está caliente. Arde. Y el aire acondicionado, demasiado frío. Y a veces los contrarios no se compensan, porque la lengua ardiente y los pies gélidos están demasiado lejos.
“Querido Víctor”, pienso, “quiero verte de nuevo”.
Si no me habla, juro que grito.
-¿Quieres? –dice, como si me leyese el pensamiento, ofreciéndome su taza de té negro hindú.
Observo la taza. Oscuras olas coronan el líquido debido al movimiento que ella, motor de este stage, realiza.
Quizás yo sea una taza de té, de té muy negro y lleno hasta las trancas de azúcar, que se revuelve despacito si unos dedos de pianista alzan el recipiente en el que el mundo me contiene para que no me desborde.
-No, gracias –suelto, y me convenzo de que beberme a mí mismo no debe ser para nada ético.
Sonríe.
Ella es whisky, un whisky caro, exclusivo, de ésos que no vas a encontrar en la estantería de la casa del abuelo. También la moldea un vaso o una botella, un recipiente con forma definida que calca esa silueta en la esencia de lo que contiene. La define el mundo o la vida o esta ciudad asquerosa, la define y cuando alzan el vaso se turba la tranquilidad de sus aguas y todo, por un instante, se revoluciona. Y si alguien pega los labios al vaso, si alguien se atreve a consumirla y a meterse en el cuerpo un líquido precioso, echando a perder el esfuerzo de fabricación en un acto muchísimo más simple y precario, si alguien se atreve a beberla, será ella quien haga oscilar todo y llegará la embriaguez. Revolverá a quien la hizo cambiar de estado. Y después llegará la resaca.
Me pongo en pie y muevo los pies siguiendo lo que yo supongo como el lub-dup de su órgano más vital. Y en la barra, le pido un whisky del más caro a la camarera castaña, corredora de fondo de la vida de este cuchitril.
Y en la mesa me lo bebo mientras la miro, mientras la miro a ella, a un whisky sólido que también me mira a mí bebiendo té negro. Y ambos nos bebemos, nos saboreamos, paladeamos nuestros cuerpos ejerciendo en nosotros la violencia que sólo puede ejercer quien aboga por terminar con la vida de algo. Sin palabras, nos bebemos. Sin palabras, nos marchamos. Y sin palabras, seguimos con esta mierda de espiral vital.

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