¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 17 de noviembre de 2013

vida


-No creo en problemas. No creo en dificultades, ni en heridas, ni en perjuicios; ni siquiera creo que exista un sufrimiento objetivo, un hecho que, sin importar la vida en la que se plante, pueda joder una existencia, tanto la del jeque indio como la del hijo del kiosquero. Así que no vuelvas a preguntarme, por favor, qué problema tienes. Porque así lo único que consigues es que te mire y me entren ganas de tirarte el café encima. Sí, y no me mires con esa cara, joder, que sabes que puedo hacerlo. No hay ninguna ley física que impida que mi mano, ésta que levanto ahora, agarre la taza por el, ¿cómo se llama?, ah, sí, agarradero, ¡qué casualidad!, y la mueva de una manera determinada y, gracias a la gravedad, la fuerza y la inercia, vaya todo a parar a tu pecho. El caso es, en fin, que no tienes ningún problema. Ni uno solo. ¿Y sabes por qué? Pues porque eso a lo que tú llamas problema, agravio, contratiempo, disgusto, contrariedad, obstáculo, impedimento o traba, se llama, simplemente, vida. O aprendizaje, como quieras. Y es el aprendizaje más especial de todos, porque a medida que lo aprendas, lo utilizarás. No existe diferencia entre la aplicación y el momento de asimilarlo; todo va unido, cosido. Y a medida que aprendas algo, aparecerán nuevos muros; y lo que debes hacer con los muros es, sin duda, saltarlos. Porque más allá del cemento siempre hay existencia, y la palabra ‘obstáculo’ no deja de ser sino una excusa para empequeñecer las posibilidades y volverte ínfimo para caber en cualquier rincón y así descansar. Descansar sin haberte cansado. Así que intenta que eso a lo que llamas ‘problema’ en realidad sea un simple capítulo de tu historia, que no se convierta en un impedimento, que te haga crecer, aprender. La vida, al fin y al cabo, es un cúmulo de experiencias, y nadie ha especificado jamás que las experiencias deban ser, por manual, satisfactorias. A veces toca joderse, y el simple hecho de que yo ahora te lance el café encima te enseñaría a quitar las manchas de una camisa blanca. Y si no saliese, aprenderías que no debes quedar conmigo llevando tus prendas de gala, y mucho menos si me vas a preguntar gilipolleces y después me vas a mirar con cara de culo, así, como si no quisieras que te conteste. ¿Para qué preguntas si después te asustas? O, mejor, ¿para qué te asustas, si tú has preguntado?... En fin, que no tienes ningún problema, y te pido por favor que te jodas y que sientas el dolor, que supures esperanza y crezcas con cada paso, pero que tus pasos sean rápidos, concisos, que no pegues nunca los pies al suelo más de lo inevitable. Porque, y vuelvo a incidir en la física, la única manera que cualquier cuerpo tiene de desprenderse un poco de la ley de la gravedad es correr, levantar los pies del suelo y no pararse; convertirse en un ente frenético que luche y ande y corra por decisión propia y no porque cualquier ley estúpida se lo imponga. Porque, ¿sabes?, yo podría tirarte el café. Una ley cualquiera me permite hacerlo. Pero no me da la gana, y ahí estás, seco y tranquilito. No te toca ahora aprender cómo lavar la ropa, sino cómo no ser el clip que se mueve tal y como dicta el imán. 

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