¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 1 de diciembre de 2013

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Querer escribirte. Que se alineen los planetas o agujeros negros y yo sea capaz de agarrar un folio en blanco y convertirlo en parte de nosotros. Querer escribirte, querer que me leas. Ambicionar el movimiento de tus ojos sobre el producto de la oscilación de mi mano derecha, sobre la caricia que, sin acariciar, ejerzo sobre el lienzo. Desearlo. Desearte. Desearnos.
Más allá del deseo existe la aspiración de querer.
Te escribiría, hoy, que estoy abajo. Que el sillín se mueve demasiado. Que la barra de seguridad amenaza con ceder. Y yo siento vértigo. Un vértigo maldito y asqueroso que me muestra sutilmente que siento deseos de caer. Te escribiría que hace mes y medio que no bebo café porque no soy capaz de consumir nada que amenace con mantenerme despierta. Porque sólo cuando sueño soy capaz de pensarte como un ente y no como un concepto. El concepto de mis ojeras.
Podría escribirte la historia de mi vida. Cómo nací, cómo crecí y me convertí en la zorra que tiene que reprimir el impulso de quemar tus cartas. 
Te escribiría que te necesito. 
Te contaría que me dueles.
Sin café, sin nicotina, sin alcohol, sin ti. Sin mí.
¿Qué te escribo, si me faltas?
¿Qué te cuento, si no pienso?
Me gustaría a veces poder volverme de tinta y pegarme al papel, quedarme solapada para siempre con la creación de mi parte emocional para no ser jamás de mentira...
Me gustaría a veces poder hablar conmigo misma, escribirme cartas sin recordar que las he escrito y sorprenderme al ver un sobre en el buzón. Y así poder trasladarme conceptos sin atorrollarlos por el hecho de haberlos consumido ya al darles forma, de ser prosummer. Poder escucharme. Que mi habla no esté contaminada porque mi cerebro sepa lo que quiero contarme antes de verbalizarlo. Y sin embargo, hablar contigo quizá sea la forma más cercana.
Querer escribirte. Querer que me leas. Querer leerme. Querer que me escribas.
Y sentir el vaivén...

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