¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 13 de febrero de 2012

La historia de la chica de las mil caras

Aquella chica se llamaba Arlene y no hay ni una sola persona en la faz de la tierra que la recuerde tal y como era. Algunos individuos suelen decir que sus ojos eran negros y su cabello castaño, otros dicen convencidos que sus ojos brillaban con el color de la esmeralda más pura y te atraían hacia dentro de ellos como si aquellas dos maravillas fueran imanes y tú fueras un simple clip sin más aspiración que colgarte de algún documento importante. Nunca he llegado a saber si era alta, bajita, de manos grandes o pequeñas, si su nariz era recta o respingona, si sus labios eran carnosos y sus dientes perfectos y mucho menos si era una buena persona. Por eso me he tomado la libertad de bautizarla en mi mente como la mujer de las mil caras, y cada vez que cuento esta historia recreo una diferente sólo para pensar que alguna vez he acertado con su aspecto. Sólo sé lo que ella contaba y lo que los demás recuerdan, esa fue su huella en el mundo, palabras, frases, puntos y comas.
Me contaron que Arlene inventó un tipo de aeroplano que nunca antes se había visto e incluso antes de terminar el proyecto ya había planeado su viaje, que tal vez debían haber sido sus viajes, porque yo sigo dudando que aquella travesía pudiera haberse hecho en uno solo. Comenzaría aquello siguiendo el canal de Bristol y sobrevolaría con fuerza y rapidez el océano Atlántico de lado a lado, llegando al continente donde ella creía que se cumplían los sueños: América. Pero no se detendría ahí, porque ella bastaba para cumplir todos sus sueños y eso estaría haciendo. Sobrevolaría el continente de norte a sur debido a su miedo a mirar hacia abajo y ver aquel azul incómodo, y cuando viera las Malvinas pondría la velocidad a tope para llegar más pronto a su destino. La Antártida la recibiría con los brazos abiertos, viendo llegar a una heroína que antes de emprender ese viaje habría solucionado lo que ella pensaba que eran los dos mayores problemas del mundo: el hambre y la soledad. Habría llevado comida a cada persona hambrienta y compañía y calidez a cada persona que estuviera sola en el mundo, buscándole y seleccionando a otra persona en su situación con la que pudiera olvidarse de aquel tiempo en el que había estado desamparada. Entonces, llegaría a la Antártida y aterrizaría en el mismísimo Macizo Vinson, subiría a la cima y se sentiría Lisel Clark por un momento. Y ahí, en el punto más alto de la Antártida, gritaría y dejaría escapar todo lo que tenía dentro para después recogerlo, reciclarlo y quedarse ahí, viviendo en un lugar tan frío como el que ella sentía dentro, siendo lo mejor que podía haber sido. Pero, por lo que sé, cuando fue a subirse a su avión privado se dio cuenta de que por mucha fé que tengas y por muchos planes que hagas, por mucho que confíes y creas en algo e incluso en ti misma, los aviones de papel nunca, nunca jamás van a poder volar lejos.





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