¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 10 de junio de 2014

ojos



–Oye, ¿sabes?... -dijo ella-, me gustaría tener una visión global, no sé, como un superpoder. Un prisma clavado en la córnea, que se abra y se expanda y lance mis pupilas hacia todos lados. Como un embudo, algo así, que mi ojo se abra un poco más a cada centímetro y tenga en el extremo un tamaño totalmente distinto al de la mierda de agujero por el que estoy condenada a mirar. Y que sea redondo, que me dé la vuelta a la cabeza, y al cuerpo, y a los brazos, y que me deje verlo todo, todo. Que no me corte la mirada. Quiero poder ver más allá de mí y de mi percepción, que mi vista no sea jamás limitada, que nadie pueda acusarme de tener una simple y rácana mirada de sujeto. No saberlo todo, pero sí tener los medios para hacerlo; no me importa no ser capaz de comprender lo que hay a mi alrededor, qué son esas figuritas que traspasan el velo de mis ojos y navegan a través de mis nervios oculares. No me importa. Pero quiero tener la opción, ser capaz de mirar, de traspasar las fronteras, y si algún día, por casualidad, me da por meditar, podré entender tanto, tantísimo como abarquen mis ojos-embudo. Y si no quiero, si no me apetece hacer gimnasia mental, darle cuerda al coco, entonces simplemente puedo buscar la amplia belleza en el sentido más primario.
 
Lo dijo, juro que lo dijo, convencida y todo. Lo dijo. Y justo después me miró y sonrió, y repitió algo sobre la belleza. Y yo pensé, joder, esta tía no comprende que lo dulce de la belleza y de la vida está en no abarcarlo todo, en no tenerlo todo. No entendía que el sujeto siempre parcializa, y que si tienes opción de verlo todo, entonces estás jodidamente ciego...

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