¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 16 de noviembre de 2015

cartas a


Julio, querido amigo:

Nadie más va a comprenderlo, sabes, es una cosa tan sucia y tan lunática que pienso, ahora así con los dedos, que solo tú vas a ser capaz de asentirme desde el otro lado y decirme todo está bien. Aunque no, aunque la cosa no va así tampoco, porque tú ya no estás aquí para pisar la tierra y hacer la tierra y hablar para la gente con ese frenillo y ese acento de llevar tanto tiempo entre franceses. Verás, Julio, es feo tener esta burbuja. Es como una capa que se sale de mí, que viene de mí porque yo la he pensado y yo la he hecho y yo la sostengo con la fuerza de mi centro, yo la sostengo con una idea tenue y loca que no puedo entender. Y yo odio esa burbuja, no la puedo soportar. Pero sigue ahí, sigue ahí estrujándome y haciendo que me quede quieta y lejos de todo. Estoy así, amigo, estoy así y a veces la rompo con la punta de un dedo, con la filosa punta de una uña, y la burbuja se revienta, plop, y estoy yo ahí plena y me llega todo el aire del mundo y las piedritas me hacen cosquillas en los pies. Descalza hasta el alma, Julito, descalza de repente por todo y para todo, y ando por una playa enorme y es la arena, y es una ola, y es el frescor del agua chocándome contra los dedos y haciéndome sentir viva. Es maravilloso, tú entenderás que lo es. Pero entonces. Entonces veo algo o siento algo, no lo sé, algo morado, algo sin forma, y me sale otra vez la maldita burbuja, la maldita burbuja del centro de las sienes hacia todo mi contorno y más allá, siempre más allá. 

¿Qué hago, Julio, qué hago para ser otra vez? ¿No soy, acaso no soy ahora, ahora que te escribo así agarrotada y con las piernas desnudas, largas y desnudas y unas uñas rojas de punta? Con la mantita roja y la almohada azul y mi pared blanca toda llena de recortes de revistas y poemas. ¿Por qué tantos poemas? ¿Por qué tanta palabra? Eso solo tú lo entiendes. Y tus libros y tus dedos llenos de tinta y tu barba irreverente. Y una piedra en la voz y una cosa así rasgada y ahora soy yo, ahora hablo de mí y de mi boca valiente. Eso es lo que tengo, Julito: labios bravos, labios con grietas y ya no quiero más palabras escondidas quemándome la garganta. Ya me duele. Ya me golpea el alma desde dentro, toc toc toc, la puerta de mis dientes. ¿Lo entiendes? Todo tiene una burbuja alrededor, esa es la idea, y desde dentro la idea teje y teje para que no reviente. Plop. Solo plop. Alegría. Las copas de vino. Las faldas largas. El papel. Mírame, mírame ahora, porque tú eres el único que puede hacerlo y por ahora el único que puede entender por qué tienes que hacerlo: los pies, los burbujeantes pies que tienen siempre una pátina de jabón o cristal, o cristal o qué. ¿Qué hago, Julio? Caminar. Caminar siempre. Aunque los pies no lleguen al suelo. Aunque patine, aunque me despeñe, aunque me duela. Caminar. A lo lejos. Con la vista perdida. Hacia donde yo quiera. Lo entiendes. Sé que lo entiendes. No pensar en el tiempo, ¿no?, aunque el tiempo sea como un ciempiés horrendo. No pensar en el tiempo pero sí en las lunas y en los soles y sí en los ciclos menstruales y las partes de los sueños. Y alcanzar. Y ser. Ser, ser, que vale tantas veces más que tener. Ser. Y todas las palabras y todos esos poemas en la piel de la pared.

No es una cosa tan sucia, Julito, pero sigo creyendo que más allá de ti nadie va a entender este brote. Puedo equivocarme, al fin y al cabo solo tengo 20 años y me paso el día equivocándome, pero por ahora solo una habitación pequeña y una cama con la manta roja y mis piernas desnudas y bocas valientes. Soy fuerte. Tú sabes que soy fuerte. Precisamente, querido amigo mío, precisamente porque sé que es el momento de reconocer mi parte frágil y darle cariño, el momento de saberme líquida y quererme así y recomenzar una estrategia libre. Es el momento. Gracias, Julito.

Con amor y paz,
Aida 
 

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