la otra mañana me desperté, había soñado contigo, me doblé en la cama, no podía moverme porque en mi cabeza me habías echado, apenas te habías inclinado para despedirte de mí antes de que me marchara escaleras arriba, una subida poco ascenso, una bajada sin ti a través de un canal hacia las nubes y una mano encerrada para siempre en el bolsillo, los dedos que sudan, y tú, yo te sueño, me doblé en la cama y abracé mis costillas, no podía cerrar los ojos del todo pero los muy hijos de puta tampoco querían abrirse, me volví la muñeca que siempre me mira desde la antigua habitación de mi madre, con los ojos como líneas, cerrados apenas, y me vi desde fuera porque yo ya no era una chica que dormía sino un cuerpo de porcelana, se me había ido la vida por los huecos de los dientes, me había fumado toda mi existencia porque tú, en mi coco, me dijiste que era mejor que me fuera, así, nada más, y yo me desperté asqueada y me miré por fuera y respiré y me vi sin filtros, sin nada, por qué coño te quiero, pensé, no sé por qué pero lo hago, y te me clavas por dentro de los párpados, tengo los ojos llenos de sangre y por eso no veo, tengo los ojos tintados en rojo porque una astilla me da vueltas en la piel, un tornillo de madera que no es de nada, sólo de olor y sueños que terminan siendo pesadillas en las que no hay monstruos ni vampiros ni nada, alguien que pide que me vaya, me desreclama, por qué no es todo distinto, por qué no encaja todo para que yo, para que yo, para que yo no sea más la muñeca con los ojos casi cerrados, inerte, blanca, mirando poco.
Las mejores historias son las que hablan de lo que no cuentan, ésas que tienen otras letras impresas en los márgenes y entre los huecos de los renglones. Las mejores historias son las que dejan rendijas, grietas pequeñas por las que descubrir qué es lo que se mueve dentro de todo.
¿Qué significará el tiempo sin relojes?
sábado, 3 de enero de 2015
para que yo
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