"I'll always remember you like a child, girl"
Wild World - Cat Stevens
Mira: yo sé todas tus cosas. Tu cuerpo y tu estrella y tus labios de rojo rojizo. Sé tus calles, las dobleces y los atajos. Los huecos más asquerosos y dónde se llora mejor. Y no aguantarías descubrir cuántas cartas te he escrito. Esta es la última, te lo prometo, y voy a cumplirlo porque tengo los ojos llenos de legañas y el pijama pegado al miedo. Hoy quiero estirar tu boca y tejerme el mapa. Andar los callejones de ti con todos mis pies. De verdad, con todos. Siempre he sabido dónde tienes las costuras. Te he remendado dos veces, tres, cinco. Tantas de mis manos pinchándote y haciendo cruces con el hilo. Lo siento, mujer-avión, pero ya no. Ya no te persigo. Te estoy subiendo a ese vuelo que te lleva tan lejos. Y estoy fría y estoy despierta, y tengo una bola de ti en la garganta. Pero hablo sin parar y vomito ruido y nadie me dice cállate, nadie me trae a casa, nadie me da los besos de tus besos de puzzle de besar.
Te vas a ir. Yo me quedo con la huella de tus piernas, de tus manos, de tu pelo. De tus brazos largos. Sé que me has mirado siempre como se mira a lo más pequeño. Lo más chico pero lo más importante. Como un grano de arena que salva de la muerte. No te echo de menos, niña. No te busco entre los parques. Tampoco lloro. Te tengo a veces entre notas, y es una cosa cálida, pero ya no te veo tocar con los dedos y esas uñas tan jodidamente largas. Siempre vienes como eras antes de ti, antes de mí, de mi traje a rayas y mi sonrisa feliz. Como cuando todo era más triste y el dolor estaba más cerca. Lo que eres ahora (lo que no se me aparece, a lo que no escribo esta carta) no me sirve. No me calza, ¿entiendes? Y me hace daño, me aprieta en los pies. Y creo que es justo, chiquilla, irte por tu lado y no por el del zapato. Qué egoísta, qué egoísmo tan guarro, Aidita, dirás. Ya lo sé. También sé todas mis cosas.
Pero créeme, siempre me voy a acordar de ti. De ti en aquellos días. De tu forma de andar y tu miedo a pocas cosas. De la versión de ti que conozco, que sigo conociendo, que me despierta y me hace estar aquí, aquí sola y hueca y lejos del salvador vaso de agua. Niña, mi niña, entiéndeme: no tienes derecho a hacerme tragar tus horas de vuelo, tu casa nueva, tu vajilla de estudiante lejana. Yo tampoco puedo hacerlo. No me quieres con mis libros de segunda mano y mi cafeinomanía y mis juegos metafísicos. Sí con mis uñas pintadas de negro galáctico. Así que déjame, mujer. Déjame durmiendo en el filo de tus calles. Dando vueltas como un trompo. Ahora, justo ahora, todo lo que fui vive contigo. Y lo que tú eras (tu risa, el camino de tus dedos, los besos tristes) está aquí. Me despierta para que lo acurruque y le cuente cuentos y le deje vivir una vida y no una tristeza de marcha. Seguimos juntas, chiquilla, y eso es el siempre. Pero no te escribo más. Ni te llamo. Se acabó, y te quiero más así.
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