¿Qué significará el tiempo sin relojes?

sábado, 5 de septiembre de 2015


Ahora derramo el té por el fregadero porque ni siquiera se parece a lo que tenía que haber sido. 

Anda, como yo: nací en una familia buena, familia en la que todos hacían lo que debían. Papá trabaja, mamá estudió, mamá trabaja también pero papá gana más. Llegué con mi pelo rizado y mi cadera torcida (que recolocarían con cuidados médicos, porque era lo que había que hacer. Ninguna hija coja para el ojo de la eternidad). Lloré cuando salí de la caja, estaba morada y era chiquita. "Es una niña sana y preciosa", contaron gentiles las enfermeras. Era lo que había que decir. Por protocolo, toda mi familia pasó ordenadamente, y en horario de visitas, por la habitación materna: le habían dejado una individual porque había trabajado en ese hospital. Y era lo que el jefe tenía que hacer. Es una niña sana y preciosa, y crecerá y los hará felices y estudiará, hincará los codos, y trabajará y se casará y tendrá niñas preciosas que tengan el mismo pelo rizado y ojalá que no, ojalá que no esa malformación en la cadera.

Pero el té no ha ligado. Y yo, en el colegio, no hacía los deberes. En el instituto me saltaba las clases. En la universidad levanté la mano y respondí con gracia hasta que supe que podía ser la primera de la clase. Después, me recluí en un asiento de la última fila y guardé silencio. Dejé todos los trabajos para el último día, leí sobre cosas que no tenían nada que ver con mi carrera, pregunté las dudas que nadie tenia por qué responder. Taza de té que no tiene color. A mí, sin embargo, nadie me tiró por el desagüe. Me quisieron. Me quisieron hasta la herida. Quisieron parecerse a mí, debutar en indiferencia sobre el respaldo de una silla. Me fue bien. Aprendí lo necesario, busqué mi propio fuego. Yo, que había nacido en una familia sin deudas con el mundo, escondí mi origen en la línea de las gafas. Me salté todos los horarios. Me comí todas las normas. Me quité las etiquetas y dejé de imponerme risa y lloré en público y cosí medallas y di cariño y rompí injusticias y escribí poemas y hasta saqué buenas notas. La cadera nunca me dio guerra, no dolió jamás, pero había otras cosas, otras muchas, que nadie había visto en la niñasanaypreciosa de la madre sonriente. Taza de té descolorida.

Pero ahora tiro el té por el fregadero. Y pongo a hervir otro cazo de agua.

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