¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 31 de mayo de 2015

de mares y charcos


¿Recuerdas lo mucho que temíamos esto, la fuerza con la que nos mordíamos el filo de los dedos para sofocar las ganas de un grito, las ganas de un vete, las ganas de un ya no? ¿Recuerdas, recuerdas la lluvia de arena en el fondo de la vasija de un reloj, el reguero de falsa playa cubriéndonos la piel y dejándonos un falso moreno, una falsa apariencia de sol de verano, solo para marcharse después tras el agua y dejarnos blancas, pálidas, rojizas? ¿Recuerdas? Ahora se acabó. El reloj terminó de colorear su falda. Hay una base llena, completa, que muerde al tocar. Porque mi dedo trata de coronarla, ¿lo sabes o no lo sabes? La yema se posa en la barriga de cristal y antes de llegar ya he imaginado toda una vida, la sucesión de tranquilidad y magia después de acariciar en lo leve la curvita lisa. Pero no es así, no, porque cuando toco con cuidado, cuando llego, un diente sale de donde no había y me estruja y me estruja y todo es para doler, todo es para dolerme, porque lo merezco. Lo sé, yo lo merezco.
Y ahora. Ahora todo da igual. Un mar importa lo mismo que un charco. La distancia más difícil es la piedra que nos separa. Todo lo demás da lo mismo. La geografía no es nada. El agua no es nada. Lo único potente, lo único real somos tú y yo, y una mesa de madera que vale por tantos kilómetros como un cuarto de curva de globo. Sonríes y sonrío. Pero recordamos lo mucho que temíamos esto, el vapor de un chocolate caliente que era blanco y era todo menos chocolate, y pies cubiertos por arena de playas con flores amarillas y no de relojes secos. Esa camiseta de los Rolling sigue guardada en la gaveta de mi cuarto, ¿sabes?, y unos Converse negros reposan boca arriba, con toda su vocación de pisada, en la zapatera. Viejos y sucios. Sucios y viejos. Ahora solo pesa la certeza de antes. Tú te ibas y yo no. Una certeza escondida tras los pliegues de los ojos. No se miente con los ojos apretados. No se miente en la curva del abrazo. Te digo la verdad. Te la escribo. Tú no estabas, pero yo tampoco. Ya no estoy. Soy como la sala de ese bar. Con un cuadro nuevo, mesas diferentes, un olor a churros que siempre ha sido el mismo pero que ahora cada vez es diferente. Personal nuevo. Otra carta. Sin el chocolate caliente de antes. ¿Sabes el susto de llegar y pensar que todo seguirá igual, que te va a invadir una ola de sensaciones viejas, y ver después que ya no? Ya no. Es eso. Y lo entiendo. 
Un mar o un charco. Culpa mía. Lo siento y no lo siento. De todas las maneras posibles. Estoy equivocada, equivocadísima, y el error me sonríe desde lo alto de un reloj de arena que me tiene enterrada. Pero no hay verdades absolutas, no hay normas ni nada escrito sobre esto. Mares y charcos. Y pies que no saltan. Lo siento, lo siento, ya no servimos chocolate blanco. Lo siento, lo siento, en las playas ahora no hay arena. Solo olas. Y flores amarillas. 

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