¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 17 de mayo de 2015

niña morada

Así me desnudo: fuera la piel. Mi dedo araña con uña y reverso. Aprieta, hunde, revuelve. De un tirón retira la capa de fuera, capa opaca que no deja pasar luces ni colores morados. Estoy debajo. Soy la niña. Si termino de forzar, si consigo por fin quitarme de encima la piel, aparezco mía y de cabeza en suelo. Pequeña. Ya no hay lleno en las caderas ni pecho de mujer, rojo remate punzante. Solo botones, yo micromujer. Soy morada y de caminos. Hay marcas. La huella de un dedo recorre la sien, el ombligo, como una costura. En el hombro, la no-piel dibuja siluetas de dientes. El delgado rastro de un cutter. Cardenales en constelación que no dibujan, solo sellan. Soy el músculo. Transparente, sin piel. Estriado. Duro para correr, duro para saltar, duro en patadas y puñetazos y coleteoss que no son sanos, no son sanos, me duelen.

Así me veo: pequeña. Los ojos se me hunden. Han visto un sofá de colores en el que jamás lloré. No le di ese cosquilleo de nudo. Tengo las manos como garrotes. En la boca, un capricho empalmado no sostiene el habla. Me miro ahora, micro y macro, marcada y en hueso tatuado al respirar. Soy el aire. Y los mares blancos en el frío del parqué. Después del tornado de la boca, la última y brutal salida del pulmón que me daba, solo por un día, una mentirosa y pasajera libertad. Con marcas. Con dientes. Con cuerpo de niña morada, niña sin palabra, niña pañuelo. 

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