¿Qué significará el tiempo sin relojes?

miércoles, 27 de agosto de 2014

pre-19



Me dijo el camarero -qué cliché- que todos tenemos una lágrima guardada en la comisura del ojo. Que la gotita está ahí, obcecada, y no quiere salir. Que no le da la gana, y se agazapa y se esconde dentro del lacrimal, y nada dentro de sí misma y se revuelve. Es una lágrima pequeña y deforme. Porque las lágrimas siempre son deformes. A mí no me vale esa mierda de las gotas de cristal que resbalan sólo porque la superficie de una cara cuarteada no sujeta el vidrio. Qué mierda es ésa. Las lágrimas son deformes porque no tienen un contorno fijo, y resbalan por la cara y la llenan de residuos tontos, y van cambiando y mutando y creciendo a medida que la gravedad les coge por los huevos. Y las lágrimas nunca son las mismas, me dijo el camarero, y me sirvió un chupito. Nunca son las mismas, y la misma lágrima puede ser cien mil lágrimas más, escucha, cien mil, puede ser tantas otras mientras derrapa por la comisura de una piel, por el filo de unas células que se estiran como chicles, la misma lágrima puede transformarse si la gravedad le da un toque, y si la física revienta, y en una sola gotita salada podemos llorarlo todo, todo... Y te tienes que beber eso, me espetó, te lo tienes que beber, porque no puedes seguir así, siendo siempre una niña.
Que todos tenemos una lágrima guardada en la comisura del ojo. Que la gota se expande y forma un velo, y nos cubre la mirada y sólo vemos, sólo observamos a través de ella. Que esa lágrima nunca sale, que nunca muere, que sólo empuja y empuja y pone zancadillas a las demás para que se vayan a ver mundo, para que lluevan, para que lloren.
Que no puedo ser siempre una niña.
Y me bebí el chupito. Derrapó por mi garganta, yo escuché el sonido de las ruedas del alcohol, las partículas cogieron una curva muy cerrada y el chupito chirriaba y corría y no se paraba, y el alcohol me dejó marcas en el fondo de la garganta. Me bebí el chupito, y el tío me miró por encima de las gafas. Sonrió. Sonreí. No se me saltaron las lágrimas. No me brotó esa gota puta que se agarra con las uñas a mí, a mi cuerpo, a mis pasos. Quizás en eso consista crecer.
Y sin embargo estoy aquí, ¿sabes?, y me veo en este espejo tan chiquito, sólo el rostro, mi cara enmarcada por madera oscura y de imitación. Me arrastro el párpado con el dedo índice y pienso en esa gota. Sólo en la gota. Se me está borrando la raya del ojo, y como siga así voy a parecer un mapache, pero me importa una mierda, y las pestañas me hacen cosquillas en el dedo, y yo pienso en esa gota, en ese camarero, en ese trago.
Que no puedo ser siempre una niña.
Me alejo un poco del espejo y contemplo mi cara, y entonces cierro los ojillos y no me veo pero me siento a mí misma con dos medias lunas pintadas en la piel. Los abro, y me oteo, me miro fijamente, soy una niña a medias y no puedo serlo siempre, y estoy a punto de cumplir los 19, y tengo en la garganta las marcas del derrape de un chupito que a saber qué más llevaba. La lágrima puta empuja y hace fuerzas, la oigo gritar, y una pequeña gota que no es la que quiero me sale del fondo del lacrimal. Yo no puedo ser siempre una niña, pero ahora me miro al espejo y lloro, y la primera lágrima baja por mi cara y va mutando, y va siendo otra, y a cada milímetro de mi piel que conquista, mala colonizadora, la lágrima llora algo distinto. Llora en mi cara y llueve en mis tripas, y baja y baja y baja como una gotita de agua suicida que pinta la fachada de un edificio de ésos tan feos. Y salen más más más lágrimas de este cuerpo, más más más agua que fabrico sin pensarlo, y lloro porque no puedo ser siempre una niña y estoy creciendo, pero me repliego sobre mí misma y pienso en mí, me pienso, y barro con el láser de la mente todo lo que tengo dentro, todo, todo, y al final me lloro. Lloro porque soy, y también lloro lo que soy. Todo eso, todo.
Quizás, como no puedo ser siempre una niña, en algún momento pueda pararme a coger aire. Una bocanada de aire que me congele las vísceras y sofoque el fuego que llevo siempre dentro. Tal vez pueda detenerme ratito y tomar conciencia de mí misma, justo como cuando lloro. Ya está bien de saber que existo sólo cuando tengo la cara llena de agua y mocos y trazos de rimmel. Los adultos no lloran tanto, o al menos eso pensaba yo cuando era una chiquilla, pero tengo la sensación de que cada día lloro menos pero lo necesito más. Que yo no puedo ser siempre una niña, pero ¿y esa lágrima que lleva desde siempre ahí, toda la vida, esa lágrima que ha crecido conmigo y se ha bebido todos mis cafés y ha escrito enviando impulsos eléctricos a mis dedos, esa gota de agua que me ha fallado y follado y se ha educado con mi falta de educación?... ¿Qué pasa con ella? Puto camarero de los cojones, no puedo crecer sin soltarla. Va a seguir cambiándome de forma dentro de los ojos, ¿verdad? Seguirá jodiéndome, y seguirá marcándome, y yo no voy a crecer nunca, nunca, pero sí dejaré de ser una niña.
...¿no?

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