¿Qué significará el tiempo sin relojes?

jueves, 16 de julio de 2015

amor que se desnutre


Este amor condenado a ser chiquito, a no aprender a andar, a chuparse el dedo. Amor mínimo, mi amor que gatea hasta la mesa y se abraza a la pata y llora. Por qué vamos a hacerle pensar que va a ser como las plantas de lenteja. Mi abuela tiene una hija con síndrome de down y nadie le ha dicho nunca, nunca jamás, que va a poder vivir aislada y salir a hacer footing sola en la mañana; nadie le ha dicho que los demás la mirarán con odio o misericordia o temblor ahogado. Es triste la historia de mi tía. Es triste la historia de este amor. Pero yo lo acaricio, lo acaricio y le canto por lo bajo como hacen las madres con sus hijos cuando todavía están pequeños. Soy la mamá de mi microamor. Lo alimento, le enseño cosas, veo caer por su cuerpo niño gotas de ducha. Sus fracasos son los míos, aunque sea injusto, aunque él quiera rebelarse y decirme que no me meta en su vida (¿o no?, está tan chiquito...). Claro que lo entiendo, a mí me pasa igual: mis problemas no son cosa de este amor, que es solo una bolita alojada tras el oído, muy al fondo, con las algas. Todo va por fuera, la vida es más grande. Este amor está acabado, roto desde el comienzo. Pero yo lo cuido y le sonrío y le leo mis cuentos más fáciles, menos míos, y me muevo como una cuna para que me suenen los ronquidos de este amor deshilachado. Afectos más pesados me placan y me lloran y me trepidan el sexo. Luchadores de terreno acuático, buceadores de mi mar acongojado. Vengan, vengan: los espero mordiéndome la boca bajo la barca. Quiero más a otros, lo confieso. Pero este amor es tan chiquito, tan que se desnutre, que no lo saco nunca. Y siempre le doy de comer. Si no, se me muere.


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