¿Qué significará el tiempo sin relojes?

viernes, 24 de julio de 2015

boca callejera



Sigue tu beso de eclipse guardado en mi boca. Todos los días me golpea. Me ensancha la garganta, me escupe palabras de luto y espera de mí que me calle. No es mío. Es un moratón hinchado, loco, y lleva dentro un dolor de beso roto. Así ya no puedo, boca callejera. Así no camino, así no como, así no hay vida detrás del eclipse que empuñaste en mí. Fue aquel baile, fue aquel susurro, mi cuello como para esconderte los ojos de la luz que no querías. Por poco rozaste el hueco, con la gélida punta de la nariz repasaste el contorno, un arco, la arquitectura de mí (que se rompe ahora, que tiembla ahora, que no es ya mía con este beso invasor y maligno). No puede ser. No puede ser todavía que salieras del pozo y miraras mi mirada de vista, que posaras al menos la esquina de tu labio de calle en el filo de mi boca bailarina. Sonrisa de eclipse en mi seriedad más absoluta. Pero tronaba la música en la sala, y todos reían, y nadie sospechaba que tú guardabas aquí, en mi fondo, un beso de eclipse mortal. Me está matando, carajo, me mata: es puntiagudo como el cielo, huele a tiempo, sabe a sal. Boca callejera. Algún día tendrás que venir a recoger tus pertenencias. Quiero decir tu estela. Quiero decir que intento por todos los medios escupir tu luna ensombrecida. En la noche, sueño siempre que se va. Y sonrío. Pero entonces. Entonces el pincho de tu beso de eclipse me tira de un hilo, me deforma la forma de la risa. Aquí estoy, grita, estoy aquí y solo te salvará la muerte. Para siempre viviré en la espera del beso que no reclamas, del beso que ya no esperas, del beso muerto para todos excepto para mí. 


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