¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 13 de julio de 2015

triste tú



La paz dejó a Triste desnuda en una cama-barco. El suelo se había vuelto mar y sal. Y había tiburones haciendo círculos concéntricos, buscando debajo de las patas una pista cárnica. Cómo bajar, cómo descender, cómo nadar para huir (aunque la cama flotara y amenazara con hundirse de verdad, con hundirse por lo bajo, y era un naufragio y el olor a café quemado y una lágrima cabeceando). Se cubría los pechos con los brazos en un abrazo sin piedad, abrazo de humillación y tristeza de Triste triste. Las gotas marcaban la piel, piel morena, llena de sol. Sol que no quedaba. Sol solo.
Era muy tarde. Ya no había posibilidad de cancelar la reserva y salir en bote hacia la calle. Maullaba un gatito llamándola, pero era un no. Dormir, dormir era importante. Triste observó el cuerpo que comía aire al otro lado del navío. Una espalda suave y cruel. Quiso tocarla, pero para qué. Ya no había guerra que ganar, y el sexo se había secado a los ojos de los tiburones. Y los volcanes, los volcanes al suelo. Dejaron marcas de ceniza que fue fuego que fue tierra. Triste mordía chocolate en la memoria, el cuerpo subía y bajaba, se hinchaba y deshinchaba, era el oleaje.
Lo sabía: por la mañana, con el chillido del despertador, todo adiós. Y ya no habría mares brotando en las patas de la cama. Ni besos ni pelo revuelto ni lunares que perseguir con los dedos. La paz la dejó traspuesta, muy cansada, pero no podía dormirse. No podía abandonar. Si lo hacía, perdería el último rato, la quietud final, ya no podría volver a vaciar los oídos con el ruido de Qué. Es lo malo de los barcos. No son para siempre, y a veces deseas, deseas con toda la fuerza del alma poder pisar tierra. Triste lo había pensado. Pero, al descender, necesitas el baile de las olas, la espuma que escupe un sofoco, el mar, mar como el cuerpo que dormía a su lado y que a la mañana siguiente, eternamente, seguiría la carrera de la vida. Sin barcos. Sin camas. Suave, cruel.  

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