¿Qué significará el tiempo sin relojes?

miércoles, 8 de julio de 2015

explicación de los edificios interiores


"Yo soy yo y mi circunstancia,
y si no la salvo a ella no me salvo yo"
Ortega y Gasse
¿Qué sin mí? El viento sopla igual, la tierra se hace bola, todo del mismo modo, y esa ola sigue revolcando a las señoras que ríen, ríen mojadas y felices con sus gorritos de piscina salada. Sigue sonando Elvis en el altavoz del chiringuito. Los castillos de arena no se tambalean. Los mercados siguen su río, la economía se despeña, o no, la Tierra gira, la música es igual, los libros no escupen tinta. Sin mis ojos, amanece igual. Los árboles caen en el bosque y suenan porque todavía hay alguien que los escucha. Dos se besan, dos se odian, y a nadie se le despeinan los dientes porque no estoy yo. Si no existo, las cosas fluyen y llueve. Y las balas matan. Y la risa cura. Y los dedos encienden. ¿Pero mi vida? ¿Qué sin mí? Mi vida no está. Mi vida adiós, adiós, adiós.  
Y yo sin mi vida. Qué de mí sin mi vida. Floto en el aire. Como un escarabajo al viento, con las patas cojas, sin agarre. Aparezco en un desierto, desnuda, callada, loca. No soy. Todavía no soy. Si me quitan mi vida (y no la capacidad de estar viva, sino la cáscara que recubre el día), soy sin ser y reposo en una esquina, perdida, y ya no tengo todos los libros leídos, canciones dentro, poemas que me redactan. Sin amor. Y siguen crujiendo las maderas con el calor. Y un padre devora dónuts entreabriendo los labios con delicadeza. Me falta todo, pero, entre toda la arena que se revuelve igual, entre todos los ojos que siguen parpadeando, estoy. La cosa es que estoy. Como si regresara al uno de septiembre de hace veinte años, y volviera a sentir con los ojos entrecerrados eso que nunca recordamos y que debe ser fulminante. ¿Cómo será el primer eje de la vida, el primer bosquejo, el primer dibujo de luz parpadeando con caras que aún no son caras y una sala que no es sala, que no es nada, que no conoces? Nacer debe ser confuso. Sin tu vida, aún sin nada, aún sin saber andar ni brillar ni reír a pulmón desgarrado. Y eso pasa, eso ocurre sin mi vida: aún no sé, todavía no me conozco. Pero. Pero estoy. Pero respiro en el fondo, despierto y me baña el sol, porque el sol sigue bañando, y a nadie le importa que ya no tenga vida y que yo siga existiendo sin vida pero que mi vida sin mí no sea nada, nada en lo absoluto. 
Pero somos indivisibles, creo. No voy a volatilizarme de repente y a dejar de querer, de filtrar cosas como yo. Soy un centro recubierto de partículas pegadas, como la bola de nieve que rueda y rueda y crece y crece y ya nadie sabe si hay una piedra en el núcleo. Soy y estoy. El ser anida también en la vida, en el eje de lo que pasa cuando me despierto y abro la ventana y desayuno café con tostadas o una mandarina. En toda la ansiedad, en toda la alegría, en todo el amor, estoy. Y soy. Soy yo porque he caído en este cubículo y después de nacer, del primer fulminar de ojos aún no abiertos, aprendí. A caminar y a colocarme y a ser yo. No era nada, y sin embargo, aunque el viento siga soplando sin mí, ahora lo siento en la piel y sé que lo siento en la piel y, es más, sé que sé que lo siento en la piel. Yo sin mi vida. Mi vida sin mí. Cosas que no importan, aire fuera de contexto. Pero a la vez, a la vez lo pienso y qué miedo. Qué miedo desaparecer, despertar en un desierto, nacer otra vez. Porque si me topo conmigo, si me encuentro en lo hondo de mí, en una esquina de mi cuerpo o no, no sé, quizá, si me veo, me doy cuenta de que no soy nada. De que estoy, y eso es ser. Ser entre la ola que sigue rompiendo y la pila de revistas que se habría caído aunque yo, desde el sofá, no la hubiera visto. Eso son, en eso consisten los edificios interiores. 

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